“Es triste ver que éste país le llora más a Chespirito que a
las muertas de Juárez”, son unas de las muchas palabras que escuché del
admirable de Gabriel Carrillo Valls, un joven líder inspirador. Y es que a quince
días del fallecimiento de Roberto Gómez Bolaños, al fin he tenido la
oportunidad de escribir lo que tanto ha pasado en mi mente a raíz de su deceso.
En uno de mis recientes posts en Facebook dije que nunca me
identifiqué con el personaje del Chavo del 8 por la forma en la que se trataba
a la pobreza. Un niño que no sabe sus verdaderos orígenes, que aparentemente no
tiene un techo que lo cobije, que vive en una constate sumisión y maltrato por
parte de los adultos; que está en constante rivalidad y agresión con sus
contemporáneos, a veces como víctima de la Chilindrina, a veces de agresivo con
Kiko y otras discriminando a Ñoño. Un niño que aparentemente asume, acepta y
decide ser feliz con su pobreza y su “destino”. Un personaje que queda como
anillo al dedo a un país en donde un alto porcentaje de la población está en
situación de pobreza, en donde los medios de comunicación se encargan de
decirle a la población: “eres pobre, así que sé feliz como el Chavo”.
Cuando yo era niño siempre me imaginé que el Chavo del 8 un
día crecería y que tendría un destino diferente a la realidad mostrada en su “bonita
vecindad”, pero, ahora con su muerte, me tropecé con una entrevista que le hizo
Carlos Loret de Mola en 2008, en donde el reportero le preguntaba a Gómez
Bolaños qué había sucedido con el Chavo al crecer. Por un momento pensé que su
respuesta no iba a ser tan diferente a cómo yo me había planteado el destino
del Chavo, pero fue decepcionante ver cómo Chespirito dijo que el Chavo creció
y que sencillamente nunca tuvo oportunidades y se quedó tal cual era de niño,
es decir, pobre y feliz. Y yo agregué que tampoco se podía descartar toda
aquella personalidad subconsciente que salía en sus travesuras: agresivo,
víctima, victimario, individualista, resentido, manipulador, controlador.
No soy quién para juzgar, pero me puse a pensar que no
habría otro destino para ése niño sin
nombre sí su creador reflejaba a través de él su personalidad. Un hombre
que fue ovacionado mientras su carroza fúnebre paseaba por la ciudad para ser
homenajeado en un recinto enorme, pero un hombre que vivió resentido con sus
compañeros, con aquellos con quienes un día hizo un equipo. A quienes nunca
dejó crecer, ni dejó que disfrutaran de su éxito. Resentido en la vida real con
Carlos Villagrán solo por aquel affair con Doña Florinda, su madre en la serie;
como si en ése “incestuoso” asunto sólo hubiera un culpable y Florinda Meza no
hubiera participado abriendo las piernas. Ése hombre que rompió la relación con
Maria Antonieta de las Nieves al ser “víctima” de la usurpación de un personaje
que “creó” Gómez Bolaños, pero los que alguna vez hemos actuado sabemos que el
texto se enriquece con la construcción del personaje por las aportaciones del
actor, así que María Antonieta tuvo que aportar mucho de sí para crear a La
Chilidrina; con todo y todo que sea hoy señalada como “ratera” por algunos
ilustres conductores de programas amarillistas de espectáculos como Gustavo
Adolfo Infante (como si él no ser robara la vida de los demás para crear dinero
a través de su programa (¿O no Gustavo? ¿Me vas a decir que eres diferente a
María Antonieta sí en esencia estás haciendo lo mismo?).
Chespirito y sus personajes son elementos que han hecho de
éste país un México decadente, un México sumiso, un México con destino que nos
lleva a la negación de nosotros mismos, y lo peor de todo es que cuando viajamos
al extranjero siempre nos reconocen por esa imagen creada por los medios de
comunicación: Pobres, pero felices.
No dejo de reconocer la creatividad y el trabajo de un
hombre, pero, ¡no señores, yo no lamento que haya fallecido! Y yo no doy
honores a un hombre que refleja de México un país que yo no quiero tener. No
estoy de acuerdo con lo que él creo, así que me comprometo a un México mejor,
un México digno, un México amoroso.
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